
La verdad es que no tengo ninguna película favorita. Siempre que me preguntan digo que Vértigo o El año pasado en Marienbad, que deben estar ahí-ahí, pero son taaantas las películas que adoro que me es imposible escoger una. En cualquier caso hoy me apetece hablar de una en concreto que me dejó bastante tocado, Fat City, ciudad dorada. No es ni siquiera mi película preferida de John Huston (ahí está El hombre que pudo reinar, el más hermoso relato de aventuras que he visto jamás), pero sí ofrece una generosa carga de verdad que hace que su visión resulte prácticamente inolvidable.
Fat City es una película que realmente explora el mundo del boxeo. No hay maquillaje, no hay épica. Hay soledad, dolor, sufrimiento. La crisis económica, lo que viene a ser el contexto del film, es importante, pero su trasfondo no deja de ser universal: el miedo a ahogarse en una gloria efímera que será imagen recurrente durante el resto de nuestras vidas. Huston rueda magistralmente el combate de boxeo más deprimente de la historia del cine: dos muertos vivientes convirtiendo su dignidad en carnaza para un público ajeno a la ruinas que guardan en su interior, la desolación del alma humana transformada en olvidable espéctaculo de masas. La victoria en el ring deja de ser una cuestión de honor: es pura supervivencia.

De este modo, la historia acaba golpeando donde más duele, hasta noquearte. Huston, púgil de delicado tacto cinematográfico, logra extraer lirismo terminal de unos personajes que acaban configurando una memorable oda a los perdedores. Ahí está el impresionante papel de Sixto Rodriguez: sin texto, sin casi margen de tiempo (su aparición en pantalla apenas cubre los 10 minutos de duración), logra concretar una composición humanísima y brutal que es absolutamente desoladora. La escalofriante descripción de Huston (hiela la sangre la forma en que rueda la última escena del personaje) es un ejemplo paradigmático de purísima poesía crepuscular, hiriente como una puñalada. El final, tristísimo, incide en la idea de la derrota, la desesperanza, la imperiosa necesidad de afecto. Magnífico guión que el autor de El halcón maltés supo elevar a la categoría de obra de arte.

Dejo en vídeo la escena de apertura (he estado tentado de subir el desenlace, pero mejor que no).
Vaya, me han entrado ganas de verla.
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